martes, 14 de noviembre de 2017

Fundamentos del sistema político isabelino. Breves notas

II- EL FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA: CORONA, PARLAMENTO Y PARTIDOS POLÍTICOS DURANTE EL REINADO DE ISABEL II. El doctrinarismo.

La práctica política durante el reinado de Isabel II se define como doctrinarismo. Era una versión del Liberalismo en la que las herencias estamentales aún tenían un considerable poder, sobre todo tras la redefinición de las elites del Antiguo Régimen, como la nobleza. Los pilares básicos eran la Corona, el Parlamento, el Gobierno y los partidos políticos.
La Corona. La Monarquía de Isabel II ya no es la monarquía parlamentaria de Cádiz, sino una monarquía constitucional cuyos poderes se definen en documentos constitucionales como el Estatuto Real de 1834 y las Constituciones de 1837 y 1845, en las que la soberanía no es nacional, sino compartida porque las Cortes son bicamerales. En este sistema, el Senado, tanto en su versión más conservadora (Estatuto Real y Constitución de 1845) como en su versión menos doctrinaria (Constitución de 1837) supone el mantenimiento en el poder de las viejas elites del Antiguo Régimen, así como de la Corona. La soberanía nacional de Cádiz implicaba la primacía de las Cortes sobre el resto de pilares del sistema, pero ahora se plantea una equiparación entre la Monarquía y el Parlamento, que en realidad fue de primacía del Rey. En una Monarquía Parlamentaria el Rey tiene un papel neutral y ejerce de moderador entre los diferentes poderes, pero en una Monarquía Constitucional el Rey incluso dispone de funciones legislativas por la soberanía compartida, además del poder ejecutivo puesto que es él el que nombra a los gobiernos, que además no tienen responsabilidad política, sino sólo penal. Por ello, el sistema es de doble confianza: los Gobiernos son nombrados por el Rey y por ello disponen de su confianza, y además tienen la del parlamento. Por tanto, el papel del monarca es mucho más amplio que el de simple moderador.
El Parlamento. Es una institución bicameral en la que el Congreso está elegido tras un sufragio muy censitario, y un Senado que en sus diferentes versiones es elegido enteramente por el Rey siendo ilimitado el número de senadores, o en parte, pero existe y constituye un importante freno a la labor legislativa. Cuando hay una crisis el Rey puede nombrar un nuevo Gobierno, tenga mayoría en las Cortes o no, luego disolverlas y convocar un nuevo proceso electoral basado en el sufragio censitario, que está falseado: Las Cortes son producto de un proceso electoral convocado tras el nombramiento del Gobierno por la Corona. Proceso electoral que está adulterado y falseado gracias a los caciques locales, personas que tienen poder y prestigio en las localidades en las que residen, y que hacen que en ellas se elija al candidato deseado por el Gobierno. Por ello es el Ejecutivo el que “fabrica” el Parlamento, y no al revés. El partido en el poder trabaja con un legislativo dócil y de la misma tendencia.
El Ejecutivo. Lo constituyen los ministros nombrados por el Rey. Teóricamente están sometidos a la confianza no sólo del Monarca sino de las Cortes, pero con el tiempo será más importante conseguir el favor de la Corona que del Parlamento. Su poder no se limita a ejecutar lo marcado por las leyes (ejecutivo), sino incluso a legislar por medio de los Reales Decretos ya que las Constituciones no especificaban las funciones del Gabinete.
Los partidos políticos fueron fundamentalmente el moderado y el progresista, y, como escisión a la izquierda de éste último, el demócrata. Partidos que realmente funcionaban como grupos de amigos en torno a una personalidad relevante y estaban muy fragmentados entre ellos. Fue el moderado el que gozó del favor de la Corona, que se apoyó en el fraude electoral para dar estabilidad a sus nombramientos. Por ello, el progresista y el demócrata, para lograr el poder, renunciaron a entrar en las elecciones y optaron por el retraimiento y por las insurrecciones.
La Iglesia. Como sistema político ubicado a medio camino entre el liberalismo radical de la Constitución de 1812 y el sistema político-social del Antiguo Régimen, iba a permitir muchas concesiones a la Iglesia. Aunque es cierto que el clero había perdido sus privilegios estamentales, aún conservaba gran parte de ellos, aunque no los privilegios jurisdiccionales ni señoriales. De hecho, en la mayor parte de este período, como veremos más adelante, una pieza fundamental para deshacer los privilegios eclesiásticos, como fueron las desamortizaciones, se congelaron. Incluso hubo algunos políticos (vilumistas sobre todo) que defendieron que se devolvieran las propiedades desamortizadas.
Al final, tan sólo se congeló el proceso, y se devolvió únicamente lo nacionalizado pero no vendido. Eso sí, con la compensación de la aprobación de la Ley de mantenimiento del culto y del clero, que obligaba al Estado a sufragar las celebraciones religiosas, y a pagar el mantenimiento de los eclesiásticos.
Todo esto, sumado a la capacidad de las órdenes religiosas a monopolizar la enseñanza, principalmente la secundaria, dibujó un sistema político, económico y social en el que la Iglesia ejercía un papel fundamental, y que se materializó en el Concordato que se firmó, por fin, en 1851, gracias al cual el Vaticano reconocía el régimen de Isabel II, frente a los carlistas. Por ello, no existía una real separación entre la Iglesia y el Estado,  y así el doctrinarismo, como sistema político situado a medio camino entre el superado Antiguo Régimen, y el liberalismo puro, se terminó de perfilar.

El período se divide en varias etapas: la primera de ellas es una transición entre las regencias y la década moderada con la Constitución de 1837 como marco jurídico fundamental, la segunda es la década moderada propiamente dicha con la Constitución de 1845 como base jurídica, la tercera es la revolución de 1854 y el ensayo del Bienio progresista, y, por último, la etapa de crisis del sistema moderado que desemboca en la Revolución Gloriosa de 1868

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