Acabo de encontrar, en la edición de EL PAÍS del 8 de febrero de 2011, un artículo sobre Joaquín Costa.
Me parece muy interesante su lectura. Plantea, de forma muy somera, quién fue ese intelectual, de talante regeneracionista, que tanta influencia ejerció sobre gran parte de los políticos españoles del primer tercio del siglo XX.
Pensemos que, por ejemplo, llegó a ser profesor de la Institución Libre de Enseñanza, esa institución educativa que trató de diseñar un sistema paralelo al oficial, y que se basaba en la autonomía de aprendizaje y en el rechazo de todo dogma, fuera el que fuera.
Como nos indica el artículo que os propongo, Costa defendió, por encima de todo, la modernización del país. Para ello era necesario regenerar las estructuras políticas y sociales, utilizando como modelo lo que se estaba haciendo en Europa. Y, como medios más concretos para esto, se tenía que potenciar la producción agrícola, y se tenía que alfabetizar a la población. Escuela y despensa, como decía el aragonés. Escuela y despensa, en la más genuina tradición ilustrada.
Para conseguir lo segundo, para fomentar la formación intelectual del pueblo, Costa defendía que eran los padres los que tenían que imbuir en sus hijos el interés por el conocimiento. La familia, por tanto, tenía un papel fundamental.
La cuestión no es qué hizo entonces Costa. La cuestión es si en este momento sus ideas se deben recuperar. Bien es cierto que todo ha cambiado mucho en un siglo. Las tasas de analfabetismo, por ejemplo, se han reducido hasta casi dejarlas en niveles irrisorios, y la estructura económica y política se ha modernizado. No obstante, a nivel educativo, funcionalmente el analfabetismo sigue existiendo.
Quizás deberíamos recordar a este intelectual aragonés y lo que pensaba, y rescatar lo que de su ideario aún está vigente, porque, aunque los accidentes sean diferentes, la sustancia sigue siendo la misma.
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