En las elecciones de 16 de febrero de 1936 ganó el Frente Popular. Era ésta una coalición electoral formada prioritariamente por la Unión Republicana, Izquierda Republicana, el PSOE, el PCE, los comunistas heterodoxos del POUM, así como el Partido Sindicalista y la UGT. No obstante, su programa electoral (porque era una coalición no de gobierno, como había sido la Conjunción republicano-socialista del primer bienio, sino tan sólo con fines electorales) era muy moderado, y planteaba una línea de continuidad con las medidas reformistas de la primera etapa de la II República.
Después de la ley electoral de 1933, que favorecía la formación de coaliciones electorales, ya que planteaba un sistema de elección mayoritario (así como el voto femenino), y a raíz de la nueva estrategia de la Internacional Comunista, de favorecer los Frentes Populares, las izquierdas se aliaron en dicha formación política. Las derechas, sin embargo, tuvieron muchas dificultades para articular una coalición que pudiera hacer frente a la coalición de centro-izquierda e izquierda. Este hecho, a la postre, sería fundamental, ya que la ley electoral, que había implantado un sistema mayoritario, beneficiaba a las candidaturas que estuvieran respaldadas por amplias coaliciones.
La derecha, por ello, estaba fragmentada entre los monárquicos de diverso cuño (alfonsinos de Renovación Española, carlistas de la Comunión Tradicionalista), los agrarios, una CEDA que dudaba entre aceptar el régimen republicano o definitivamente aliarse con el golpe que se estaba preparando, la FE de las JONS, el Partido Nacional de Albiñana... En pocas circunscripciones consiguieron articular una candidatura conjunta, el Bloque Nacional.
Como resultado, los datos electorales mostraron una victoria escasa del Frente Popular en cuanto a número de votos emitidos, pero mucho más amplia en diputados, en virtud de la ley electoral antes aludida. En este punto, no obstante, hay que establecer una cierta salvedad y una observación, ya que, si bien es cierto que la historiografía más progresista defiende que el proceso electoral no estuvo adulterado, como Tuñón de Lara, Reig Tapia, Enrique Moradiellos o Javier Tusell, conservadores y cercanos a las posturas de Pío Moa ( Martín Rubio, etc.) defienden que en realidad en circunscripciones como Cuenca en un primer momento fueron las candidaturas derechistas las victoriosas, y gracias a una adulteración de los resultados y a una repetición más o menos fraudulenta del proceso electoral, ganaron definitivamente las candidaturas frentepopulistas. No obstante, empero, hay que destacar que esta última postura historiográfica es minoritaria. De hecho, no se debe olvidar que allí donde ganaban las opciones políticas conservadoras, era el catolicismo político el elemento impulsor para que el voto se definiera de forma derechista. Y eso cuando el electorado estaba convencido, porque eso es mucho decir. En otros casos, los votos giraban a la derecha ante la presión o manipulación de los caciques, pese a los intentos de los dirigentes republicanos de abortar aquel cáncer de la sociedad española.
Respecto a la distribución territorial de los resultados electorales, se observa una cierta coincidencia en las zonas de victoria de las candidaturas derechistas con las zonas donde triunfó el golpe de los Tres Días de julio de 1936. Es decir, el golpe triunfó no sólo gracias a la tremenda represión que desarrollaron los falangistas y demás milicias paramilitares de las derechas en la retaguardia, sino gracias al apoyo de la población en general. Aún así y todo, este último aserto debe ser muy matizado, ya que en principio, en las zonas donde los sublevados se impusieron, el apoyo de la población debe analizarse con detalle. Motivos como el miedo secular a la autoridad impuesta por la fuerza, la innegable capacidad de la Iglesia para movilizar políticamente a amplias capas de la población iletrada, así como la presión laboral de los caciques que continuaban con sus costumbres fueron elementos que matizan mucho la afirmación de que el golpe fue apoyado de buen grado por el pueblo. Por ello, en este aspecto se ha desarrollado un importante e intenso debate historiográfico, de manera que algunos autores han insistido en la represión y en el miedo como un factor determinante en la consolidación de la retaguardia en el bando nacionalista. De esta forma, la población civil, que en realidad sería opuesta a los golpistas, se vería obligada y presionada por el miedo y el terror, a no rebelarse y aceptar el golpe.
Otros, empero, matizan este punto de vista insistiendo en que si la población civil no hubiera sido afín a la ideología de los sublevados, muy difícilmente éstos se hubieran podido afianzar. Este aspecto se puede justificar aludiendo a la citada distribución de los resultados electorales de febrero de 1936 por zonas geográficas. Además, se debe tener en cuenta que asimismo coinciden con el apoyo al sindicalismo agrario y con el apoyo a los sindicatos católicos y círculos católicos de obreros, de importante raigambre en esas zonas.
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