También en esta época se observa la ayuda internacional a los insurrectos. Esta ayuda tuvo lugar desde el inicio, por parte, prioritariamente, de Alemania, Italia y Portugal. Pero no sólo, ya que el avión que trasladó a Franco desde Canarias al Norte de África, el Dragon Rapide, estaba subvencionado por dinero británico, y la Texas Oil americana ofreció a los rebeldes combustible a crédito.
Después de embarcar hacia el norte de África, el general Franco, que era tan sólo uno más de los sublevados, contó con el apoyo de esos cuerpos de Ejército que tan bien conocía y que en parte había ayudado a crear, la Legión y los Regulares. Además, se trataba de la elite del ejército español, muy acostumbrada a la terrible guerra colonial. Por ello, tuvo muy fácil la conquista de muchas localidades del sur peninsular. Como consecuencia, el general Franco empezó a revelarse como un puntal de los sublevados. Su prestigio fue progresivamente aumentando y así sus compañeros tomaron la decisión de concentrar en él todos los poderes, tanto los militares (el título de Generalísimo) como civiles (jefe de la Junta Técnica del Estado, especie de embrión de gobierno en la zona controlada por los insurrectos), sobre todo teniendo en cuenta que el Jefe natural de la sublevación, el golpista general Sanjurjo, que estaba exiliado en Portugal, murió en un accidente de aviación al viajar a España para encabezar la revuelta.
Con la ayuda italiana y alemana, el general Franco consiguió traladar esas tropas de elite a la peníncula, hecho que condicionó considerablemente el desarrollo de la guerra. De esta forma, pudo avanzar con mucha facilidad por la parte occidental de Andalucía, y subir hacia el norte por Badajoz. Cáceres se había sumado antes a la insurrección militar, con lo que en poco tiempo había unificado gran parte del occidente peninsular.
El siguiente objetivo era Madrid, donde los insurrectos no habían conseguido imponerse (recuérdese lo que ocurrió en el tristemente célebre cuartel de la Montaña). No obstante, y esto se ha valorado de forma muy diversa por los diferentes historiadores, se desvió hacia Toledo, donde tampoco los insurrectos habían conseguido hacerse con la ciudad, y estaban aislados y sitiados en el Alcázar. Con este des´vío, el general Franco dio tiempo a los madrileños a organizar la defensa de la capital con garantías, y al Gobierno (ahora de Largo Caballero) a huir hacia Valencia, tras dejar una Junta de Defensa al mando del general Miaja. Además, varias divisiones de las Brigadas Internacionales y la columnda anarquista de Durruti (que a su paso por Aragón fue obligando a los camepsinos aragoneses a implantar colectividades anarquistas y a practicar el comunismo libertario) tuvieron tiempo de llegar a la capital.
Como resultado, los militares rebeldes no pudieron tomar la capital, aunque batallas posteriores como la del Jarama o Guadalajara, ya en marzo de 1937 ( a manos de los italianos), tuvieron como objetivo un nuevo intento de cercarla.
A principios de marzo de 1937 la zona nacionalista había aumentado con la toma de Málaga (por parte de los italianos del Corppo di Truppe Volontarie), y algunos enclaves más. En ese 1937, en mayo, los sucesos de Barcelona supusieron un grave revés en la política interna del bando republicano, ya que los enfrentamientos entre el POUM y demás opciones políticas revolucionarias, contra el gobierno de la Generalitat, conllevaron la dimisión de Largo Caballero, que se negó a ilegalizarlo pese a las presiones de los comunistas.
Paralelamente, estaba teniendo lugar la Batalla del Norte. No obstante, en este punto debemos dejar claro que, aunque teóricamente en esta zona las fuerzas gubernamentales estaban dirigidas por un mando común, el general Llano de la Encomienda, en realidad la Asturias republiucana estaba gobernada, y dirigida, por el Consejo de Asturias y León, en Santander existía una Junta delegada, y en el País Vasco un Gobierno autonómico (desde la aprobación del Estatuto a finales del verano de 1936).
El general Mola inició las operaciones en la primavera de 1937 (31 de marzo) con el apoyo de la Legión Cóndor alemana, lo cual le reportó indudables beneficios, ya que los alemanes estaban empleando nuevas formas, muy modernas, de realizar la guerra aérea (como resultado, los bombardeos de Guernica y de Durango, por ejemplo).
Las operaciones duraron casi todo 1937, con el resultado de la caída del norte en manos de los rebeldes, como vemos en el siguiente mapa.
La consecuencia fue una importante reducción del territorio controlado por el gobierno legal, que, pese a tímidas ofensivas como la de Brunete y Belchite para aligerar la presión de los insurrectos en sus objetivos principales, en realidad no hizo otra cosa que retrasar la apisonadora nacionalista.A finales de 1937, por ejemplo, tuvo lugar una tímida ofensiva republicana en Teruel, que produjo la toma provisional de la ciudad aragonesa por parte de las tropas gubernamentales. Pero duró poco, ya que enseguida los franquistas la recuperaron, aunque no fuera en sí un objetivo militar clave. Tras esta refriega, los militares insurrectos emprendieron la gran ofensiva hacia el Este, que les hizo tomar el resto de Aragón, además de cruzar el Ebro, partir la zona gubernamental en dos con la toma de Gandesa, y acometer la ofensiva sobre Cataluña.
El resultado, antes de la toma de Cataluña, es el que observamos en el siguiente mapa. Tras la toma de Aragón, los dirigentes militares gubernamentales decidieron emprendser una ofensiva a gran escala en la zona del Ebro. Para ello concentraron el grueso de las fuerzas militares y decidieron atacar en el verano de 1938. En principio consiguieron avanzar, pero tras tres meses de dura contienda, las tropas franquistas reconquistaron el terreno perdido y obligaron a las tropas gubernamentales a replegarse.
El resultado, antes de la toma de Cataluña, es el que observamos en el siguiente mapa. Tras la toma de Aragón, los dirigentes militares gubernamentales decidieron emprendser una ofensiva a gran escala en la zona del Ebro. Para ello concentraron el grueso de las fuerzas militares y decidieron atacar en el verano de 1938. En principio consiguieron avanzar, pero tras tres meses de dura contienda, las tropas franquistas reconquistaron el terreno perdido y obligaron a las tropas gubernamentales a replegarse.
Inmediatamente después (entre el 23 de diciembre de 1938 y el 2 de febrero de 1939), los sublevados iniciaron la ofensiva sobre Cataluña. Las elites políticas e intelectuales abandonaron el país e incluso el grueso de las tropas republicanas, que se refugiaron en Francia. Incluso Azaña dimitió de su cargo de presidente de la República el 24 de febrero.
No obstante, la consigna del entonces presidente del Gobierno, Juan Negrín, continuaba siendo aguantar y aguantar. Sospechaba que la política exterior alemana, aliada de Franco, iba a provocar el estallido de una guerra general en Europa, al estilo de la Gran Guerra del 14 (la I Guerra Mundial), en la cual entrarían potencias democráticas que estaban atenazadas hasta ese momento por el pacto de No Intervención. Asaí, tendrían alguna oportunidad. No obstante, muchos no compartían este punto de vista. De hecho, el 5 de marzo estalló un golpe de Estado protagonizado por el coronel Casado, en Madrid.
No obstante, la consigna del entonces presidente del Gobierno, Juan Negrín, continuaba siendo aguantar y aguantar. Sospechaba que la política exterior alemana, aliada de Franco, iba a provocar el estallido de una guerra general en Europa, al estilo de la Gran Guerra del 14 (la I Guerra Mundial), en la cual entrarían potencias democráticas que estaban atenazadas hasta ese momento por el pacto de No Intervención. Asaí, tendrían alguna oportunidad. No obstante, muchos no compartían este punto de vista. De hecho, el 5 de marzo estalló un golpe de Estado protagonizado por el coronel Casado, en Madrid.
El 1 de abril de 1939 el general Franco emitía el último parte de guerra. Pero, pese a la propaganda franquista, con el final de la contienda no advino la paz, sino la Victoria, como muy bien sabemos. Y no es lo mismo. Ni fue lo mismo.
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