En esta entrada voy a intentar mostrar algunos apuntes sobre el papel de los militares en el sistema político doctrinario de Isabel II. No se trata de describir o analizar exhaustivamente lo que estos personajes supusieron, sino de explicar algunos conceptos que pueden plantearse en clase y que, por falta de tiempo, no se pueden abordar correctamente. Por ello, esta entrada se debería titular más bien como Breve explicación del papel de los generales en el reinado isabelino.
A lo largo de este período, como sabemos, los militares fueron los protagonistas de la vida política española. Incluso algunos estudiosos han dividido el reinado de Isabel II en etapas en función del general que estaba en ese momento en el poder. Caso concreto del período de Espartero, del de Narváez, de O'Donnell...y, por último, de Prim o de Serrano (el general bonito). De esta forma, los generales adquirieron un papel fundamental en la construcción y desarrollo del proyecto político doctrinario, que, en mi opinión, no debe verse como algo privativo del Partido Moderado, sino que a lo largo del sistema de la Constitución de 1837 también se desarrolló. En las clases hemos tratado de defender que documentos constitucionales como la Constitución de 1837, o la ley electoral de ese mismo año, plantean una soberanía compartida y facilitan la adulteración de las elecciones, lo cual suprime las posibilidades reales y prácticas de desarrollar una efectiva separación de poderes y una real soberanía nacional. No obstante, este problema no lo abordaremos aquí y lo dejaremos para otras entradas del blog.
Volviendo al tema de los generales, éstos desarrollaron su papel a la cabecera del Consejo de Ministros, como miembros activos del Senado, o como personajes de gran influencia dentro del Consejo de Estado. También ejercieron una gran influencia dentro de la Corte, y entraron incluso en el círculo más íntimo de la reina. Recordemos lo que supuso el incidente del rigodón en 1856. De esta forma, con honrosas excepciones como la presidencia de Bravo Murillo, entre 1851 y 1852, o la de González Bravo, el régimen isabelino fue un sistema político en el que los militares marcaron su impronta. Una impronta que no debe verse como si de una pseudo-dictadura militar se tratase, sino como un sistema en el cual, a diferencia de otros países europeos, el grupo de personas que definieron el sistema liberal y coadyuvaron a su construcción, fueron los militares, que en este período adquirieron un papel de políticos profesionales.
Estos militares tuvieron un gran predicamento en sus respectivos partidos políticos, y en los grupos sociales que los apoyaban, de forma que contribuyeron a desarrollar esa red de relaciones clientelares. Narváez, por ejemplo, fue un pilar fundamental en el llamado grupo de centro del Partido Moderado, mientras que Espartero fue un elemento básico dentro del llamado grupo de los ayacuchos (que eran más bien sus seguidores), en el seno del Partido Progresista. O'Donnell fue el creador de la Unión Liberal, y Prim ejerció un papel de primer orden dentro del progresismo.
Esta importante influencia de los militares en el proyecto político doctrinario tiene una cierta lógica, sobre todo si tenemos en cuenta que el reinado de Isabel II se inició con una guerra civil, la I Carlistada, la cual generó por una parte una capa de burgueses y rentistas agradecidos cojn el régimen liberal, y un ejército que empezaba a hipertrofiarse y que necesitaba un papel en la nueva sociedad, habida cuenta de la derrota en los conflictos por el mantenimiento del statu quo en el continente americano. Esta nueva ocupación sería el mantenimiento de unas estrcuturas políticas esencialmente autoritarias que necesitaban del concurso de una institución que monopolizara la fuerza. Esta institución sería el ejército.
Pese a lo lógico que era el recurso de los ideólogos políticos a los generales para hacer viables sus propuestas, este hecho implicaba un permanente peligro de subversión. Recordemos que, teniendo en cuenta que Isabel II recurrió permanentemente a los moderados para formar gobierno (y como consecuencia para formar el Congreso), los progresistas se retrajeron, motivo por el cual recurrieron al pronunciamiento. Y , como los líderes políticos eran militares, tenían a su alcance con facilidad los medios para pronunciarse. Tengamos en cuenta que entre el generalato el sentimiento de fidelidad personal, así como el de rivalidad también personal, eran las notas predominantes. No era el caso del sistema político de 1876, donde la Corona era la cabeza del Ejército, y por ello los militares le debían indefectiblemente fidelidad. En el sistema isabelino, que podríamos calificar de doctrinarismo ingenuo, adolescente y por ello excesivamente radical, los generales le imprimieron esa impronta de radicalidad y de romanticismo que le separó del sistema de la Restauración, más maduro, estable y precavido. Pero esta es otra historia, que contaremos y sobre la que reflexionaremos más adelante.
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