Sobre
el comentario de textos históricos e historiográficos se ha escrito mucho, y se
sigue escribiendo. Los documentos históricos e historiográficos constituyen la
base del trabajo de los historiadores y de los estudiosos de la Historia.
Debemos tener en cuenta que, como comentó Pierre Vilar[1], se
trata de una disciplina básica para poder entender el alcance y la dimensión de
los procesos de cambio y de las situaciones estáticas[2].
Pero, para ello, de una u otra forma, el objeto de estudio serán los documentos
escritos[3].
Como consecuencia de todo ello, desde
los 70 y los 80, cuando al hilo de los nuevos planteamientos pedagógicos[4] se
introdujeron, de forma más o menos masiva, en las aulas de secundaria, estos
instrumentos, ha existido un importante debate. Un importante debate que existe
hoy, ya entrado el siglo XXI.
Para algunos, por ejemplo, los textos,
que no se deben obviar en un aula de secundaria, simplemente deberían
trabajarse como ejemplos que ilustren un planteamiento más vertical de la metodología docente. En este caso, el profesor
expondría los contenidos a desarrollar, y, mediante los textos, reforzaría sus
clases.
Para otros, el planteamiento debe ser
diferente. Así, los alumnos, los verdaderos agentes del proceso de
enseñanza-aprendizaje, deberían construir su propio conocimiento basándose en
el estudio de las fuentes. Unas fuentes que deberían estar seleccionadas
previamente por el docente, y cuyo análisis debería guiarse por dicho
profesional.
Entre estos dos extremos existiría un
amplio abanico de posibilidades que se acercaría al primer caso, o al segundo.
Sea como fuere, sin que nos pronunciemos, lo que pretendemos es mostrar los
instrumentos que consideramos más representativos y básicos para el estudio de
la Historia Contemporánea de España.
Para ello, lo primero que consideramos
importante es establecer los puntos básicos de una posible guía de análisis de
fuentes escritas. Esta posible guía es el esquema de comentario que
posteriormente comentaremos:
En primer lugar, se debería acometer
una lectura detenida del texto a comentar. En esta lectura comprensiva, se deberían subrayar las palabras que se consideraran
clave en el entendimiento de lo que el texto trataría de dar a entender. En
este punto puede ser interesante el recurso a diferentes instrumentos de
consulta como diccionarios, glosarios…puesto que se trata, en esta primera fase
del análisis y comentario de la fuente, de comprender en profundidad las
diferentes ideas en ella contenidas.
En consonancia con ello, se pasaría a
una segunda fase, de identificación y clasificación[5] de la
fuente, tras la comprensión de su contenido. En este caso, se debería
identificar, de forma explícita, o implícita, las ideas más importantes,
diferenciándolas de las secundarias[6].
Asimismo, y como consecuencia de este proceso, podríamos decir, de
identificación del contenido y de la forma, se podrían anotar los apuntes más
relevantes que la lectura del texto fuera sugiriendo.
En tercer lugar, y siempre como
consecuencia de todo lo anterior, se debería clasificar el documento: fuente
primaria, secundaria… de carácter privado o público; de contenido político,
social, económico, judicial, fiscal, religioso, cultural, ideológico… mezcla de
todos estos elementos, etc.
En esta línea, asimismo, se debería
identificar el autor o autores, y se deberían tener en cuenta las
circunstancias personales e históricas en las que ese texto se produjo. Como
correlato, también se debería tener en cuenta el destinatario y sus
circunstancias históricas. Como consecuencia, puede ser interesante, en el
comentario, aportar datos biográficos del autor o del destinatario. Sin
embargo, este aporte siempre tiene que ser selectivo, de forma que los datos
utilizados puedan ayudar a arrojar luz sobre la fuente objeto del análisis.
Igualmente, se debería tener en cuenta
que los datos relativos al contexto histórico en el que se ubican tanto la
comentada fuente como el autor y el destinatario[7], se
deben seleccionar. Sólo interesan aquellos datos generales que reflejan el
proceso histórico en el que enmarca el hecho, idea, acontecimiento, etc., que
refleja la fuente[8].
En cuarto lugar, y tras este proceso
de identificación y ubicación previo, se debería ya acometer el análisis del
documento. En este caso, podemos abordarlo desde dos perspectivas diferentes:
la primera forma o perspectiva, la más sencilla, es la perspectiva literal. En
ella el análisis del texto, tanto a nivel externo (su forma[9]),
como interno (su contenido, sus ideas) se realiza siguiendo el discurso del
documento.
La segunda forma, denominada lógica, supone la agrupación de ideas en
función de lo que implican, en función de su temática. Para ello, el método no
sigue el discurso del documento, sino que implica saltos en el análisis. Por
ello, es más complejo porque requiere, a priori, una mayor madurez intelectual.
Una tercera modalidad, el método lógico-literal o método mixto, es el sistema de análisis
más elaborado, que requiere más madurez intelectual y más densidad de
conocimientos[10].
En este último método, la forma de
análisis combinada es la que se puede utilizar cuando el objetivo es la
extracción de ideas y datos de varias fuentes que pueden compararse entre sí[11].
Fuentes que se seleccionan siguiendo un criterio cronológico, o temático,
tratando de abordar amplios procesos históricos en los que las estructuras
profundas y las coyunturas puedan estar representadas conjuntamente[12].
Tras este proceso de abordaje del
documento, el comentario propiamente dicho. Es decir, después de identificar
todos los niveles de análisis del texto, y de identificar igualmente el
contexto en el que se ubica, etc., se debe comentar el proceso en el que se
desarrolla, aportando para ello la información obtenida de la lectura de la
fuente. Es decir, es necesario estar provisto de un importante bagaje de
conocimientos de la disciplina de la Historia,
ya que se deben aplicar al contexto concreto del documento, para, finalmente,
deducir si este texto aporta información relevante, supone cambios,
permanencias, es protagonista del proceso en el que está inserto, etc.
Por último, se debería concluir el
análisis con una conclusión o balance. En este caso, se trataría de realizar
una suerte de valoración histórica[13], que no juicio de valor, en la que se debería
abordar si el problema o proceso histórico reflejado en la fuente o en las
fuentes, presenta cambios, o permanencias, de carácter coyuntural, o
estructural, a la luz de procesos históricos de tiempo largo, tiempo corto,
coyunturas, etc.
En el caso de los materiales que a
continuación presentamos, la utilización debe ser libre. De hecho, se pueden
utilizar como objeto de comentario siguiendo el esquema antes descrito, o como
ejemplo para ilustrar las clases de Historia. Sea como fuere, consideramos que
los textos, sobre todo las fuentes de carácter primario, son esenciales para
adentrarnos en el prolijo mundo intelectual del análisis del pasado.
[1]
VILAR, Pierre (2004). Pensar
históricamente. Barcelona, Crítica.
[2] En
Historia, ninguna situación debería considerarse estática. Se está, pues, en
continuo movimiento. Pero no es aquí
donde debemos disertar sobre este punto.
[3] Pues,
de otra forma, nos encontraríamos ante otras disciplinas, como la Arqueología, o la Antropología.
[4]
Nuevos planteamientos pedagógicos en los que el alumnado, de una u otra forma,
era parte activa del proceso de enseñanza-aprendizaje. Aunque ello nunca
debería implicar el menoscabo de la labor del docente quien, al ser el que
dispone de los conocimientos necesarios sobre los procesos y fuentes, los
selecciona.
[5] Los
textos se podrían clasificar en los siguientes grupos:
-
Políticos.
-
Histórico-literarios. Relatos de viajes, textos
literarios contemporáneos más o menos al momento o proceso histórico al que se
hace referencia.
-
Histórico-circunstanciales. Haría referencia a
acontecimientos relativamente secundarios dentro de procesos históricos más
amplios.
-
Histórico-jurídicos.
-
Económicos.
-
Sociales.
-
Culturales.
-
Historiográficos. Dentro de ellos, se podrían incluir
la tipología anteriormente reflejada, pero teniendo en cuenta que no se
trataría de una fuente primaria, sino secundaria.
[6] Para
autores como Emilio Mitre (MITRE: 1998, 14), se trataría de un resumen del
texto.
[7]
López-Cordón y Martínez Carreras (LÓPEZ-CORDÓN y MARTÍNEZ CARRERAS: 1984:
4-6) lo consideran muy pertinente, sobre
todo para las ápocas moderna y contemporánea, que son las que a nosotros nos
interesan. Otros, como Mitre, no tanto (MITRE: 1998: 13-21).
[8] El
profesor Emilio Mitre (MITRE: 1998, 15) especifica que se debe incidir en los
elementos que el texto refleje. Nosotros añadimos que se puede, de forma muy
general, establecer el marco amplio de los grandes procesos en que está inserta
la fuente, pero nada más.
[9] Para
el profesor Enrique Moradiellos, se trata de abordar el formato estilístico y la arquitectura narrativa y lógica de la
fuente (MORADIELLOS: 2003, 132).
[10] Es el método defendido
prioritariamente por autores como Rodríguez Frutos, en RODRÍGUEZ FRUTOS, J.
(1979). “El comentario de textos históricos. El método comparativo” en Aula Abierta Nº 26 pp.27 y ss.
[11] Es, por ejemplo, el
sistema que podría fundamentar la actual PAU de las Universidades de la
Comunidad Valenciana. En este punto, sin embargo, debemos precisar que no se
trata, en puridad, de aplicar el método
comparativo o mixto, sino de utilizar de forma combinada dos fuentes
para pasar, posteriormente, a desarrollar un tema o problema, o proceso
histórico. Este desarrollo trataría de abordarse utilizando la información que
el alumno halla en dichas fuentes pero, fundamentalmente, aportando todo
aquello que el alumno conoce.
Como consecuencia, podemos afirmar que se basa en un
sistema intelectualmente muy complejo y que trata de medir no sólo lo que el
alumno sabe, sino la madurez que necesita para exponerlo. Aunque es cierto que
no es, en puridad, este método el que se requiere.
[12] En realidad, la selección
de textos aquí propuesta trata de abarcar esta visión, y el método mixto de
análisis, aunque es cierto que también permite comentario individualizado de
las fuentes.
[13]
LÓPEZ-CORDÓN y MARTÍNEZ CARRERAS (1984).
Op. Cit. pp. 11-12